lunes, 18 de abril de 2011

Noche de primavera

Tengo ganas de enamorarme de la forma más babosa e infantil posible, de esa forma en que no se supone que se enamoren las personas mayores; de llevar a una niña del brazo, sin ni un gramo de maquillaje en el rostro, de labios de agua clara que se puedan saborear despacito y con paciencia y detalle, en cada farola del centro histórico, con la piel cálida entre el frío de la noche, pequeña e ilusionada, con el largo cabello negro desaliñado y echo gironés por la brisa de la lluvia.

Tengo ganas de apretujarla en mis brazos, y llevarla de la mano por la ciudad que ría inocente, a ver caricaturas por primera vez al cine, o fuegos artificiales en el zócalo.

Tengo ganas de la frescura de su piel, de su ingenio y su ropa mal combinada, que sea auténtica, que sea extraña y que sea sólo para mí, y su risa se vuelva lo único importante en el mundo.

Tengo ganas de un sonrojo, de unos ojos bien abiertos, fijos en los míos, y elegirla sobre todo lo demás, que todo desaparezca y que le guste escuchar mi corazón, desvivido por ella.

Tengo ganas de que seamos un par de tontos, un par de lelos que se persiguen riendo en la noche, y de no necesitar nada más. Mientras haya lloviznita de verano y edificios coloniales y el otro allí, que no haga falta nada más, que no tenga sentido nada más. Conocer el mundo, y prescindir de él.

De llorar si ella se va, de buscar su aroma en el viento, de que el agua, y la hierba, y la tierra me murmuren su nombre, de ver el cielo esperando que ella lo esté viendo; y que ella aparezca siempre allí, siempre en mis sueños y delirios, y se me derrita el pecho al pensar en ella.

De que su aroma sea delicia, y de dormir-sólo-dormir a su lado, al ritmo de su respiración y sus latidos, y me diga que me quiere, y la palabra sea invaluable.

Tengo tantas ganas, me desvivo por enamorarme así, de esa forma cursi, simplona y poco emocionante. De ese amor viejo, de ese amor inocente, de ese amor verdadero, que ya no corresponde a la gente mayor.

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