jueves, 22 de diciembre de 2011

Libros

Caminaba por la calle, no recuerdo que mandado absurdo había sido mandado hacer, me parece que era mas o menos por marzo, pues tu ya no estabas por aquí, y de vez en cuando, cuando hacía buen clima, se te lloraba.
 Era la calle que lleva a la plaza (al nido) y quizás me dirigía a jugar cartas (los que me conocen, sabrán que cartas) para matar tiempo, para no ir a casa (como le huía a la casa). No recuerdo pero era el puente entre el medio día y la tarde. Y había una cajetilla de Luckys semi-nueva en el bolsillo, no llevaba conmigo mi fiel encendedor, así que lo reemplazaba una barata cajetilla de cigarros (muy barata).

 Me detuve a unas tres calles, para sacar el Lucky, colocarlo en mis labios, y justo en el momento en que iba a frotar el cerillo contra el dorso de su caja, una llamada. Nadie dijo mi nombre pero es de esos casos en que el inconsciente colectivo te pide "voltea".

 Puesto de libros ambulantes.

 Y uno tan joven, uno tan sin nada que hacer, uno tan expulsado de literatura, uno tan con dinero en el bolsillo y nada en específico para gastarlo. Y el puestillo tan en la plaza de una iglesia. ¡Una iglesia! vendiendo libros, mi mente registró una deliciosa paradoja que no se podía dejar pasar.

 Volví a guardar el Lucky en su cajetilla; pero no lo mismo con el cerillo. Coloque este entre mis labios, como una especie de mondadientes flamable, y me adentré en el recinto.

 Para mi inicial sorpresa el puesto era sumamente Laico. De echo, el primer libro con el que recuerdo haberme topado fue un Drácula, de Braham Stocker. Aquí supe que se me iría perfectamente una buena media hora.

 No me iría sólo, fue la determinación primaria y absoluta. Tenía el poder y el deseo, y no huiría del puestillo sin un libro. El problema era que tenía que ser única y exclusivamente uno, y los que me conocen lo saben. Podría vivir en una biblioteca. Quizás no leerla toda.

  Así que me dedique a recorrer conciensudamente, los tres pasillos formados por mesas, que conformaban el puestillo de libros. Analizando crítico, y con postura intelectualoide cada titulo a detalle. La mayoría de las personas alrededor simplemente recorrían rápidamente los pasillos; encontraban aquello que buscaban, o que llamaba más poderosamente su atención, y o se lo llevaban, o se retiraban del lugar, para tragedia de los vendedores. Debió ser una tortura para ellos verme analizar tan lenta y detalladamente cada libro en su pequeña exposición, tener que vigilar al cliente que manoseaba cada libro, y asegurarse de que no se llevara ninguno sin pagar, pero a la vez manteniendo la esperanza de que se llevara alguno legalmente, sin tener una completa certeza. Hubiese sido terrible para ellos, haber pasado tanto tiempo buscando, y no haber encontrado nada nunca. Y estuve tan cerca de ese desenlace de echo, mas cerca de lo que ellos jamás sabrán.

 Elegir un libro, UN SÓLO LIBRO, cuando sabes que no podrás comprar otro en mucho tiempo, que ese libro se quedará en tu biblioteca permanentemente y pasara a generaciones futuras, que podría ser el primer libro que tu hijo baje sólo del estante, o aquel que agarren los forenses cuando invadan tu sucio apartamento para tratar de averiguar quién carajo eras. Elegir un sólo libro es al mismo tiempo rechazar tantos otros miles de mundos, de seres humanos, de posibles pensamientos o ideas revolucionaras, que te desencanten de la vida y te hagan filosofo, o que te hagan enamorarte de completas extrañas. Elegir un sólo libro es arte delicada. Siempre es más sencillo seguir recomendaciones de gente letrada; pero esta vez, estaba eligiendo por mi mismo, de entre el mar de letras.

 Como siempre rechacé en primera estancia tanto clásicos como best sellers prostituidos hasta la fama. Los clásicos sublimes me quemaban la herida (aunque ahora me hacen falta) y los otros eran demasiado insípidos.

 Seguía una rutina sistemática. Si un libro atrapaba mi atención; releía su reseña un rato más, si su compra era posible, lo dejaba votado y mal acomodado en el lugar donde lo encontré, boca abajo y encimado; para que pudiera yo reconocerlo rápido si resultaba ser el definitivo. Por el contrario, si el libro resultaba no ser del todo de mi agrado, lo volvía a colocar perfectamente en su posición y lugar, para que no volviera a atrapar con tanta facilidad mi ojo. A todo esto jamás dejé de juguetear con la cerilla en mi boca, mordiéndola un poco, ayudándome a reflexionar con ella, el fósforo tan expectante como yo mismo por extrañas razones. El ejercicio continuó, tal cuál lo previsto, por poco más de tensa media hora, en que el fósforo en mi boca no hizo más que extrañar a los que me observaban.

 Finalmente me decanté por una novela de misterio cuyo nombre no diré, pero que terminó por ser una correcta elección. Era la ultima copia en el puesto, y para aún más dicha mía, averigüe después que tenía un error de impresión. Una joyita, de muy buen precio además. Presiento que el vendedor me hizo un descuento, aliviado de que el tiempo que había pasado vigilandome no hubiese sido en vano. O quizás igual y tuvo que ver con el error de impresión. Pagué el libro, di animadamente las gracias, encendí el cerillo y lo dejé caer sobre los libros, prendiendo fuego al instante al lugar, al vendedor y a los libros. Guardé el mío en la mochila, y me alejé de allí, mientras encendía otro cerillo, este sí, para mi cigarro, mientras todo lo vivido y no vivido, se volvían cenizas detrás de mí.

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