miércoles, 24 de noviembre de 2010

Jugo de Naranja

Se perfectamente que esta por allí, buscándome. Yo simplemente me relajo y bebo infantil jugo de naranja. No espero nada, no temo nada; si me pierde o si me encuentra; después de todo el punto del juego no es si ganas o pierdes, es si lo compras. Y heme aquí tomando jugo de naranja.

Desde aquí lo veo perfectamente, moviéndose del otro lado del cristal aferrándose endeble a un abrigo barato mientras el viento de noviembre sopla. Frágil y valiente. Doy otro sorbo a mi jugo. Ambos sabemos que estoy aquí, que tan solo tiene que darse la vuelta, abrir la puerta del local y venir a saludarme, tomarse conmigo un jugo de naranja.

Pero la batalla no espera, la guerra no sucumbe, la constante lucha inútil, que conquistara por el mero placer de humillarla, aquello no puede esperar, ningún viento apagara el fuego en aquella mirada. Le admiro, le compadezco, pues mientras el pasara la tarde luchando contra molinos de acero, yo no hare otra cosa que emborracharme con jugo de naranja.

Y ni siquiera es jugo bueno o natural, me conformo con jugos baratos y sintéticos, con sabor a jarabe, y el gana un poco más que yo, bien podría invitarme algún néctar decente, pero sabe que lo veo y tan solo sonríe como disculpándose. Se acaba el cartón y pidió un nuevo jugo de naranja.

A veces me pregunto quién será, marchando fuerte por la acera, exponiéndose a las crueles miradas que pululan este bar de frutas, bien conocido por atraer personajes delirantes. Nunca entrara aunque sabe que le espero, y nunca saldré a buscarle, sería una horrible imprudencia, el va apurado y yo nunca llevo abrigo en este noviembre que hace un frio de los mil demonios; por eso pido tibio el jugo de naranja.

Como eh dicho, esta noche se ve valiente y decidido, y me invento que gano. Que el castillo fue tomado y que encontró una joya de la princesa. Otros días el frio le congela, y hasta una vez lo vi estamparse contra el vidrio, sangrando, herido y suplicante. Por tan solo unos minutos creí que en verdad entraría al bar, para pedir auxilio, hacer una llamada, con algo de suerte, tomarse un jugo de naranja.

Pero mi suerte no es tanta, súbitamente llego un coche y se lo llevo, quizás al hospital. Aquí adentro nadie hizo demasiado alboroto, a veces me pregunto si soy el único que se queda mirando afuera de la ventana. La camarera me guiña un ojo, cómplice. Me sonrojo un poco, y pido un tercer cartón de jugo de naranja.

Se ah ido de nuevo, el bar queda en sombras y en silencio, varios individuos comienzan a marcharse, sus rutinas diarias los llaman. Dramas, tragedias y risas vacías, siempre atrapados, tan solo con el consuelo de al final de la jornada, tomarse un jugo de naranja, viendo en el fondo del cartón el oro inútil que amasaron, riqueza que no les dará sustancia y vida. Y me siento un poco superior, porque a diferencia de ellos, no necesito salir allí afuera; carajo, ni siquiera necesita voltear a verme a través del cristal, nos basta a ambos con saber que permanezco solitario y cínico en las últimas gotas de jugo de naranja que se toma a las 10:54 frente a su computadora, para que mi voluntad (y por tanto, mi existencia) sea unos segundos perdurable al terrible punto final. Y no me quedo completamente solo, en el bar de jugo de naranja que flota al borde del espejo, la camarera Nigerrousa aquí esta, y fajaremos hasta que èl vuelva a cruzar frente al bar, que quien sabe en que se transformara cuando de el último paso frente al cristal, cuando allá afuera de desvanezca el sabor de la última gota de jugo de naranja

No hay comentarios:

Publicar un comentario