domingo, 29 de mayo de 2011

Muk

La meditación que mantenía bajo las gotas de agua caliente de la regadera fue bruscamente interrumpida por el agudo sonido del timbre de la puerta, haciéndome exhalar un suspiro de sorpresa y realidad. Me había quedado absorto mientras reflexionaba sobre mi situación presente, pasada y futura; y ahora el vapor llenaba el cuarto de baño, extendiendo la agradable sensación de calor y humedad que generaba el agua caliente; y que, refunfuñando, tendría que terminar abruptamente para atender a la inoportuna visita que tocaba el timbre de mi casa.
 Me sequé y vestí a toda prisa, sin que el desconocido dejara de llamar intermitentemente. Cuando por fin salí del baño el ya habría tocado unas 10 veces. Crucé con prisa frente a la puerta del estudio, mirando por el rabillo del ojo los documentos de la oficina que reposaban sobre el escritorio. Había pasado cerca de 4 horas revisándolos, hasta que el  estrés pudo conmigo y decidí tomar un baño para despejar la mente y poder continuar con ellos después.
 "si esta persona demora mucho en su visita" pensé mientras caminaba a la puerta "tampoco podré terminar con ellos esta noche" y por un momento inclusive considere no abrir. Pero el sujeto cuyo dedo parecía querer fundirse con el timbre de mi puerta, no parecía ser alguien que fuera a ceder hasta verme.
 Aun preguntándome quien llamaría con tanta insistencia, abrí irritado mi puerta principal, para dejar que la porquería se derramara por todo el pórtico, embarrando un poco inclusive mi recién bañada persona.
Por unos segundos quede en shock total, paralizado en la puerta mientras en mis pies aquello aun se retorcía, pues mi cerebro no lograba procesar coherentemente que aquello acabara de entrar. Peor aún, que yo le hubiese abierto la puerta. Retrocedí unos pasos para cerciorarme, o quizás para impedirle que trepara por mi pierna, y al mismo tiempo cubrí mi boca y mi nariz con la manga de mi bata para protegerme del terrible hedor.  Ignorando por completo sus gemidos e intentos por volver a aferrarse a mi pierna, traté de asimilar y comprender la situación lo más rápido posible.
Pues si, en verdad que allí estaba; había encontrado su camino de vuelta a la casa a pesar de que yo estaba seguro de que no le vería nunca más. Como es de esperarse, del shock salte a la preocupación, pues ahora jamás terminaría aquel importante papeleo de oficina. Mientras tanto, aquello nuevamente intentaba escalar por mi pierna, sacándome de mis preocupaciones, y haciendo que mi vista se dirigiera de nuevo hacia abajo.
“vaya que te han mallugado” fue la siguiente conclusión de mi observación; y no era afirmación sencilla, ya que es complicado distinguir heridas entre algo tan amorfo. De cualquier forma, tantos años a su lado me habían enseñado lo que era sano para aquello, y el estado en que se encontraba en definitiva no lo era. En lugar del toxico color purpura que solía caracterizarlo, estaba de un tono verdoso putrefacto causado por una alimentación sana o escasa; su lengua estaba totalmente seca, quien sabe cuando habría sido la última vez que habría probado el agua puerca la pobre criatura, razón misma por la cual se le desprendían muchos más trozos de los debidos y estaba mucho más denso que de costumbre,  pero a la vez menos viscoso; como si se estuviera solidificando. Todos  rasgos de una vida de terrible abandono para un Muk.
Era muy incomodo verlo así, herido y arrastrándose en mi puerta con tanto papeleo por hacer. Me quede unos instantes en silencio dejando que se me encimara un poco, como en los viejos tiempos; y pensando que podía hacer. No era correcto dejarle quedarse, pero partía el corazón ver así a la pequeña peste (bueno, no tan pequeña), y repentinamente me entro la dulce nostalgia que causa ver a un amigo de la infancia, aquella falaz añoranza de que por el simple hecho de tener un pequeño trozo de pasado frente a uno, creerse inmune a los años
“¡qué más da!” Me dije “que al cabo la casa es muy grande y bastante limpia. Sanará, se aburrirá y otra vez se ira. Dejaré que se quede por los viejos tiempos, que al fin y al cabo, si pude mantenerlo cuando tenía 12 años, con mucha más razón podre ahora”
Cerré la puerta tras el decadente y desesperado Muk, que parecía que tan solo esperaba esto para perder la conciencia con gesto teatral. Me parecía que lo habían envenenado.
“¡envenenar a un Muk!” me dije “los tiempos sí que han cambiado”  aunque yo no tenía idea que tanto. De lo último que me entere es que ya nadie llevaba Muks en su equipo, que lo habían sustituido por una especie de escorpión, que mas que un tipo veneno, a mi me recordaba a un tipo acero, por lo insondable, lo escaso,  y lo débil ante el fuego.
Mi viejo Muk se quedó en mi casa, y como pensé, por un tiempo no dio ningún problema. La verdad es que, fuera de mis deberes en la oficina; ya no tenía ninguna otra clase de actividad u obligación con nadie más, por lo que en mis ratos libres podía dedicar total atención a su curación. La convivencia a su lado me mostró que tanto habían cambiado las cosas, quebrando en definitiva mis nostalgias.
Para comenzar descubrí que dejar la comida chatarra no era una situación a la que hubiese sido forzado, como pensé en un principio. Por mucho que intentara alimentarlo con ella (siempre con la intención de que se curara lo más rápido posible y yo pudiera seguir con mi vida), la rechazaba en cada ocasión: se daba la vuelta, gruñía, ponía muecas de asco y acababa por marcharse a otra habitación, y no regresar hasta que no le ofrecía mi propio alimento debidamente preparado. Y  a veces ni eso funcionaba para librarse de su enorme masa de hastío, como si ni la bien preparada comida humana fuese de su agrado.
Durante las tardes deambulaba por la casa como buscando algo perdido. No me parecía buena idea  que no respetara el estado de convalecencia en que se suponía que estaba, pero no podía hacer nada, siempre elegía mis horas de trabajo  para vagabundear. Y la verdad es que la casa es bastante grande, de no ser por los rastros de baba, nunca me habría dado cuenta de sus múltiples paseos. Tenía dos plantas y un ático, como esas casas sacadas de película americana.
“mi trabajo me ah costado” me dije orgulloso cierto día. A pesar de que no tenía más que un puñado de muebles,  ni me interesaba adquirir más. Mi casa era hermosa.
“pero siempre se puede adquirir una más grande”
Las cosas podrían haber salido de acuerdo al plan, los caprichos de la venenosa criaturilla tolerados, la hipoteca se habría pagado, y nada habría pasado. Es tan solo una suerte de coincidencias lo que nos hace vivir historias memorables, el simple evento de yo y Muk, ambos con esa hambre que te hace querer salir a la calle y darle una mordida a una persona, esa hambre desesperada luego de un día devastador, o previa a un esperado banquete. Se podría decir que fue ambas, y sin embargo me negué a convidarle de mi plato. Después de un breve pero intenso forcejeo  que no le dejé ganar,  el Muk me dirigió la mirada de desprecio y asco más intensa de la que fue capaz, y huyó por las escaleras con una velocidad muy poco propia para un convaleciente. Me fue indiferente, impuse mi voluntad e indiferencia, como amo de la casa que era. Aquel plato era completamente mío.
Por varios días no supe nada de él. No se dejo ver para comer, ni siquiera se le veía andar errabundo y abstraído por la escalera. A pesar de esto tenía la certeza de que seguía en la casa, dejaba rastros suficientemente notorios de su presencia. Toda la estancia apestaba, y goteaba líquido viscoso del techo. Dentro de un par de días completos desconocidos sumamente importantes me visitarían, estaba seguro, y dejar la casa en aquel estado de putrefacción en que la dejaba el emberrinchado ser no era una opción.
Prepare un plato de mi mejor guiso (venas en su tinta, llamado así por el caldo negro que dejaban las especias en la carne de res)  y lo deje al pie de las escaleras, esperando contentarlo y que dejara de atormentarme.  Por la noche le escuché deslizarse  por las escaleras; y el sonido del plato golpeteando contra esta. Me dormí contento, suponiendo que al día siguiente volvería a aparecerse por la estancia, arrastrándose solemne y apestoso, ajeno a todo.
Pero las cosas no eran tan simples. En la escalera tan solo se encontraban el plato roto y un infinito rastro de baba, tan denso y viscoso que resultarían imposibles de limpiar.
“bueno” me dije “a acostumbrarse al piso de abajo”.
Le di algunos días más para aparecer de su escondite, y que apreciara el gran gesto que le tuve. Me volví a concentrar en mis asuntos de oficina, la contabilidad estaba completamente caótica. Ignoré la creciente putrefacción de la casa, y me volqué a hacer cuentas y cuentas por lo que parecieron semanas. No fue hasta que se cayó una pared de la cocina que mi atención fue forzada de vuelta al muk. La casa estaba hecha un desastre, el hedor era terrible aunque yo ya me había acostumbrado a él; la madera tenía hongos y el acero estaba oxidándose, ni hablar del limo y baba que escurría por todos lados.  Tenía que sacarlo de su escondite a como diera lugar.
Recuerdo que intente toda clase de cosas locas; le grité estrepitosa y dementemente  por horas,  instalé escáneres de alta tecnología en la casa para ubicarlo, quise bailar y hasta enterrarme bajo  los  cimientos de la casa para sacarlo.
Pasé muchas horas  en vela reflexionando acerca de mi Muk, y de los tiempos que pasamos juntos; buscando entre los recuerdos algo que me ayudara a sacarlo de aquí y que dejara de pudrir la casa, por no mencionar que ya me había preocupado que pasara tantos días sin probar bocado. Me preguntaba si no había sido esa misma actitud la que había hecho que regresara moribundo a mi puerta.
Recuerdo el día que rompí la puerta de la recamara con mi puño. La violación fue tan intensa, traumarte e inesperada que la pobre puerta parió un Muk en ese mismo instante, apenas mis nudillos terminaron de cruzarla. Nadie se lo espero, y nadie le dio importancia. Nadie sano el trauma de la puerta, y aun hoy en día mantengo ese agujero en ella sin reparar,  como un recordatorio de tan fortuita tragedia.  Pero el Muk, siendo yo un niño me causó curiosidad, pese a que todos los demás preferían ignorarlo.
¿Te habrán ignorado de nuevo, y por eso quedaste moribundo?
Pasamos la infancia juntos, y a mí no me interesaba ninguno de los otros mágicos monstruos de este mundo, que  no fuese mi Muk. Era cálido, y cambiaba de forma, se colaba por cualquier lugar, en cualquier espacio y resquicio, y venia a saludarme. No le interesaba el aceite de hígado de bacalao y le encantaba comer cualquier cosa que le lanzara (especialmente aquellas cosas que nadie en su sano juicio comería) con la excepción  de guisados que llevaran demasiadas especias.  Podía enredarme en el por horas y me paseaba, como seria pasear en una negra ola, como ir en el vientre materno con la cara descubierta. Le enseñe algunos ataques, quizás demasiado básicos para un Muk, pero con ellos vencimos a todos los de la cuadra.
Me propuse ser un entrenador, ser el mejor entrenador, y viajar con mi Muk por todo el mundo, y no me interesó nada más en la vida.
El techo me devolvió la intensa y fija  mirada, pero yo no le hice caso, mis ojos no estaban conectados con mi cerebro que contemplaba el pasado con mi Muk. No había tiempo para el techo cuando debía encontrar la forma de ayudar a mi Muk y a mi casa. Así que el techo se deslizo, ligeramente decepcionado, al cuarto siguiente, sin apreciar mis cavilaciones para salvarlo.
Al amanecer, mi habitación se había disuelto por completo en el limo, quedando tan sólo mi cama y algunas ropas intactas. Bajé de la cama pisando  él rostro de baba negra que deshacía la alfombra de mi cuarto y aún preguntándome como podría salvar a mi Muk. Me encontraba cansado, y con profundas ojeras en mi rostro. Mi casa era todo lo que me quedaba, era la estructura por la cuál había trabajado tanto, era mi orgullo y muestra de mi superación, y simplemente no podía dejar que se deshiciera.  Las personas importantes jamás llegaron, el olor las ahuyentó, ni mucho menos pude terminar la contabilidad de mi trabajo, y creo que ya eh sido despedido desde hace varios días. Sólo quedaba la opción de salvar al Muk de la infancia.
 Regresé al método de dejarle comida aleatoriamente por diversas áreas de la casa, al menos las áreas que se mantenían libres del limo, las cuáles eran cada día menos. A pesar de la negativa del Muk, había decidido regresar a la comida chatarra.
  Luego de que mi habitación fue deshecha, me moví a la sala y rodee el área de todo tipo de trampas repletas de diversas porquerías para ver si podía hacerle salir de su escondite y hacer las paces. Por  varios días no se dio mayor actividad que la lenta descomposición de mi habitación, escuchar noche tras noche la instalación eléctrica quedando desecha y emitiendo pequeñas descargas; incluso me parece que por un tiempo se dio un ligero fuego en la cómoda de mi cama, pero el limo misterioso devoró incluso aquel fuego. Luego de un par de días, al salir a recoger el correo pude notar que desde afuera se veía como la habitación había desaparecido por completo, dejando tan sólo un piso cubierto de baba, y un desastre de cañerías. Ahora el limo se estaba moviendo por el pasillo, avanzando hacía el estudio.  En el dicho correo llegaban misivas sobre la peste en la habitación, cuentas y demás preocupaciones de amigos y familiares por mi salud.
 Al mes, y cuando finalmente comenzaban a hacer intentos de acercarse algunos de mis conocidos, ya había aislado las cosas que me eran valiosas en el ala de la casa más alejada del moco corrosivo, haciendo un pequeño campamento en el sótano. Intentaron persuadirme de buscar otra cosa, hablaron del ciclo de vida de los Muks y de los materiales peligrosos que los conforman, pero, aquel era mi viejo amigo, y más importante aún, aquella era mi casa. Iba a sacar a uno de la otra, iba a triunfar de una u otra forma.
Ninguna de las personas a las que les importaba, aguantaron demasiado tiempo el olor, y desistieron, dejándome en la soledad del moco.
Durante algunas tardes simplemente me recostaba a unos cuantos centímetros del Limo, rodando un poco al lado contrario para evitar que me consumiera, y platicaba con él como si de un amigo se tratara, aún convencido de que el ser se encontraba en algún lugar de la masa, y quizás podría convencerlo de ceder.
 Al paso de los meses, quedamos solos en el sótano, aún albergando esperanzas mientras el lugar se volvía un completo terreno baldío, con pequeños restos de  muebles, papeles y recuerdos, aquí y allá.  Hubo incluso algunos intentos, míos y ajenos de limpiar la baba, de encontrar al Muk entre ella, y finalmente matarlo, pero todo aquel que entraba en contacto con la misteriosa baba tenía el riesgo de no salir jamás; y si lograba salir nunca lo haría como el mismo.  Se me dejó en mi guarida, a merced de la baba y de mi terquedad.
 Y conforme todo fue desapareciendo bajo el fluido oscuro, así también me fui dando cuenta…
 Cuando el televisor desapareció cubierto de negrura, cuando la puerta de salida sucumbió a la corrosión, cuando la alacena, el refrigerador, el baño y cualquier trasto que pudiera asegurar algo de supervivencia terminó por desaparecer,  y no quedó nada más que una mancha negra entre yo y el mundo, fue cuando me fui dando cuenta de los ojos del Muk, siempre mirándome, siempre buscándome, alrededor de la casa, ahora frente a mi, con la misma esperanza con que yo esperaba encontrarlo, a tan sólo unos cuantos centímetros de mí, expectante porque la aventura prometida cuando era niño se realizara. Le sonreí y me recosté en él como en los viejos tiempos, había crecido tanto y era cómodo como sillón, entretenido como televisión,  fresco como puerta abierta, y sumamente sabroso.
  Un poco de tiempo después la casa se fue reconstruyendo sola, llegaron ingenieros, albañiles y demás, se firmaron papeles para obtener el lote, se dijo sobre aprovechar la instalación ya colocada, y un niño levantó una piedra y nos encontró a mí y a mi Muk tranquilos y felices. El niño hizo un alboroto, pero nadie pareció hacerle caso. Regresó la piedra a su lugar y reconstruyeron la casa alrededor de nosotros dos, utilizándonos como cimientos. Decidimos que allí sería la aventura, e hicimos nido en alguna de las paredes del este, quedando yo contento por haber recuperado la casa y a mi amigo, aunque algo extrañado por la mujer que escribía en mi estudio. 

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