jueves, 27 de enero de 2011

Mandala


Experimentar en primera mano, el poder de aquel que se hacía llamar “Un Dios encarnado en la tierra”. Aquel era la singularidad de esa dimensión, había decidido que esa sería la reliquia que se llevaría de allí, una prueba de la divinidad que su errabunda alma no había llegado a conocer.

- ¡¡¡¡DESHAZTEEEEEEE!!!!

No estaba del todo defraudado. El temblor ciertamente era imponente, y que la propia sala del trono se fuera destruyendo a su alrededor le agregaba mucho realismo. Lo verdaderamente impresionante era el rostro de sus sirvientes derritiéndose como velas, dejando ver el nervio y el músculo debajo de la epidermis, dando paso al hueso que cortaba repentinamente en un sonido ahogado lo que sería un grito desgarrador cuando se destruían las cuerdas vocales.

En verdad era impresionante.

- ¡¡¡DESHAZTEEEEEE!!!  - Seguía gritando el déspota desaforado, mientras Hairo se mantenía en mitad de toda aquella tormenta, sintiendo en todo su ser el terrible decreto de la llamada deidad. Su lujosa gabardina gris comenzaba a volverse polvo, a la vez que sus cabellos. Colocó su mano al frente para proteger su rostro de la portentosa voz que gritaba contra él y pudo observar como esta se iba deshaciendo, cómo su blanca epidermis se deshilachaba, dejando ver carne roja debajo de esta, que a su vez iba desapareciendo entre gotas de sangre.

Sin duda alguna aquel era el poder de un dios, una voluntad tan fiera, tan irascible, tan imposible de doblegar que trastornaba la realidad a su alrededor, al grado de que si el gritaba “Deshazte” Hairo debía desaparecer ipso facto, tal cómo le estaba pasando. Era sin duda una valiosa reliquia, experimentar en cuerpo de carne semejante poder.

Pero… el se sabía, aún mucho más que eso.

Recuperó la compostura, a segundos de desaparecer. Ya había experimentado suficiente. Llamas grises cubrieron lo que quedaba de sus manos, que disiparon de golpe todo pensamiento que negara su existencia. Mandaron la orden, el “deshazte” al sol, a las estrellas, a nebulosas milenarias, cosas que sabía, no se inclinarían a obedecerla.  El monarca palideció de forma muy poco divina cuando vio a aquel joven extranjero manifestarse, avanzar a través de su firme pensamiento de que él, no existía.

 Redobló al instante la fuerza del grito, sin dejarse amedrentar. Su planeta entero empezó a resquebrajarse, y alguna de las estrellas pequeñas a las que Hairo desviaba la orden, se apagó. Retrocedió unos pasos, y nuevamente aquel despellejamiento.

“no no no, ¡no te dejaré!”

 Se defendió. Trató de poner distancia infinita entre él y su adversario, colocarse a si mismo donde la voluntad de él no pudiese alcanzarlo,  pero sin dejar nunca de avanzar. Puso  lugares y lugares frente a él y al monarca, mientras se abría paso dificultosamente. Tristemente, los sitios a donde llegaba la orden dirigida a Hairo eran dañados irreparablemente.

Al notar esto, intentó agregar aun más y más lugares en un intento por difuminar la voluntad absoluta del rey, rápidamente llegó a su límite de 11 dimensiones siendo manejadas simultáneamente, y sin embargo, el daño a esos mundos que le eran preciados no disminuía. En un grito de dolor y valor, empezó a agregar más mundos a la barrera defensiva. Su mente comenzó a perderse entre los lugares. A momentos veía frente a sí el trono, a tan sólo unos metros, y de repente estaba frente al palacio del Serengetei, de vuelta a la zona gris, en un campo. Su cuerpo se destruía irremediablemente, pero aún podía notar cómo el daño ocasionado en sus mundos de defensa, aunque se amortiguaba, no cedía.

77… eran todos. Tenía portales abiertos a absolutamente todos los mundos que había visitado, todos los mundos que tenían una muestra de su alma estaban simultáneamente entre él y el rey, cuya voluntad por verlo desaparecer no cedía. Los mundos sufrían, y el desaparecía…

Pero aún, rescataba del fondo de su ser, la certeza. El era mucho más que eso.

Los hizo girar. En un ultimo y desgarrador esfuerzo por defenderse y defender las dimensiones que utilizaba, comenzó a hacerlas rotar frente a sí, sin dejar de avanzar ni un instante. Los mundos giraban y se mezclaban frente a él, difuminando final y efectivamente, aquella voluntad indomable.

Y en cuanto a Hairo, el ardía…

Se sentía arder cómo nunca antes, quemarse como ni el sol, ni el fuego negro eran capaces que quemar. Lo más parecido, era el leve roce que tuvo con las llamas infernales, pero aquello era diferente. Estaba ardiendo en verdad, estaba desapareciendo en el fuego, el era el fuego, consumiéndose a sí mismo, con todas las llamas grises colocadas en 77 dimensiones alimentándose y alimentándolo a la vez.  Y ese era un fuego, que un hombre tan pequeño, que sólo ah conocido un mundo en toda su vida, era incapaz de apagar ni con el más fuerte de sus gritos.

 Ocurrió en tan sólo un instante. Se hizo un silencio similar al del vacío primario, del grito no quedo nada. Una mano, una llamarada de fuego gris, tocó su frente considerada santa e imperturbable.

 El segundo fue inundado por imágenes mezcladas de la vida de ambos simultáneamente. Su infancia, los dos amores, la vida en el palacio, el descubrimiento de sus poderes, la lucha de luz y oscuridad, el imperio, la persecución, el joven de cabello gris, la muerte, la zona gris, las llamas que envuelven el mundo, el tiempo, el espacio, palacios, desiertos, estrellas, pintura, plasma, ámbar… gris, gris y más gris… el rey se fue consumiendo. No tenía ninguna oportunidad de aspirar a otra cosa al hacer contacto.  Finalmente Hairo abrió los primeros ojos que percibió, sintió la comodidad de estar sentado en el trono dorado, le picaba la larga barba, pero le gustaba el manto de armiño. Frente a él estaba un imponente humanoide hecho de fuego gris, cuya extremidad estaba recargada en su frente. Terminó el proceso, y en un borrón de estrellas, desapareció por completo.

Esa fue la vez que te enteraste de la posibilidad del Mándala.
También fue la primera vez, que consumiste otra alma en la tuya. Vaya coincidencia.
Y también fue la primera vez que te enfrentaste a un espiral… tuviste suerte de que fuera un alfeñique…

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